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Sala verde.
18:00 de un día viernes de mayo.
Fines de mayo en Santiago.
Santiago de Chile.

Parada en una sala verde llena de gente en tránsito.
Parada en una sala verde llena de gente observo pasillos como carreteras y ascensores como vuelos express.

Sensaciones extrañas de encierro, ansiedad, esperanza...
Como esperando algo, con los ojitos brillando de un niño frente al televisor encendido.
Todos esperamos que llegue el momento, para unos llega antes, para otros después...

Espero.
Ruido.

Ya dentro del confesionario me veo frente a un hombre que me da una sensación de familiaridad dentro de la infinidad desconocida.
Señorita, la vamos a operar.
Directo y sin anestesia, es lo que necesitaba escuchar.
Mi rodilla sonríe de reojo, un tanto recogida, igual que yo.

Sentimientos encontrados.
Qué difícil es hacerse la idea de que calendarizas esa fecha, como quien se apunta una reunión de trabajo.
Una reunión que te saca del mundo, te duerme, te tumba y te despierta con una nueva ilusión.
No hay ventanas, no puedo mirar afuera, para ver qué opina el viento.
Hay que tirarse por el resbalín, total, como me decían cuando chica, más allá del piso no vas a pasar.

Exámenes.
Me examinan!
Todos sonríen, poco a poco me voy acostumbrando al espacio, parece incluso... mmm...
acogedor.
Olor a café cremoso de una esquina... mmm
Qué buena noticia.


Por un buen consejo

Resulta que hoy me levanté con ese tedio inagotable,
con esa hostilidad de mirar hacia afuera,
con la sensación de cansancio impregnado en la piel,
en los poros, en cada trozo de piel,
piel que ahora reluce de color y se oculta del frío blanco.

Hoy me levanté con un ruido que me hizo temblar,
sí, ese ruido ensordecedor de las 6 am.,
que perturba toda tranquilidad
y nos devuelve a la mágica y trágica realidad,
de un día más en la tierra.

Nuestra querida tierra que hoy llora desangrada,
llena de llagas en sus bellezas,
y expulsando CO₂ por los poros,
como si tuviese fiebre,
como si estuviese agonizando y el médico no llega,
y nadie lo llama, y nadie sabe qué cresta hacer,
porque todo parece imposible,
porque todo pareciera inservible,
y resulta que no, que nuestra querida tierrita solo quiere vivir,
solo quiere poder respirar ese aire fresco que tanto añora,
y que ahora no es más que dióxido de carbono…

Me levanté con la mirada del jueves,
un café de olor intenso sobre la mesa,
dos tostadas con pintura
y un parís profundo en la cocina,
mi mejor lugar,
pensando en qué será de hoy,
en qué será de nosotros un día más sobre el mundo,
pretendiendo no romperlo,
mientras lo tratamos con brutalidad inhumana,
inhumana digo?

Lamentablemente hoy se hace más humana que nunca,
y me hace pensar seriamente en Hobbes,
y en que nos somos tan inofensivos como pensamos,
y que nuestros actos sí tienen consecuencias
como en el Efecto Mariposa.

Puedo decir entonces, que me levanté buscando algo,
tal vez el conocimiento, o tal vez simplemente un buen consejo para darle a esas personas que no saben qué hacer frente a la infinidad de guerras en las que vivimos,
cómo hacer para salir del campo minado,
y poder acostarse por la noche con la conciencia más limpia,
o tal vez, menos sucia.

Yo solo digo que es cuestión de tiempo.


Tránsitos

Hasta los cinco años primigenios
los niños van de a poco desvelando
el mundo desigual que les espera
las pupilas se llenan de colores
y de formas que pueden ser promesas
inauguran pedazos de alegría
y aprenden a llorar por compromiso
ven crímenes e ignoran que lo son
recompensas que nadie ha merecido
lluvias que los empapan tiernamente
ventolinas que barren las mejillas
su pesquisa inicial descubre todo
todo lo guarda para cuando sepa
la incertidumbre es como un cascabel
los pasos vacilantes y primeros
preguntan desde siempre y para siempre
hasta que finalmente algo acontece
la sangre corre y corre por su cuenta
el silencio se quiebra en tres silencios
y un relámpago triste y melancólico
anuncia que la infancia ha terminado

el que fue niño/ ése que fue inocente
se siente cómplice de odios subterráneos
de inquinas pobres que ya nadie asume

y de los cuatro puntos cardinales
le llegan bofetadas y herejías
hasta que admite de una vez por todas
que se ha hecho mayor sin darse cuenta.